El pasado viernes asistí con una amiga y su pareja a la inauguración de la nueva obra de un pintor de cierto nombre por estos lugares donde vivo desde hace unos años; ellos son viejos amigos desde sus tiempos de estudiantes de arte.
Para mi era una experiencia prácticamente inédita porque tengo por costumbre evitar este tipo de “micro-mundos” con denominación de origen y no tenía muy claro a lo que me exponía.
En fin, parece ser que en esta clase de eventos los invitados se pasean por la galería, echan una mirada mas o menos experta a los cuadros allí expuestos, se embelesan mas o menos ante alguna de las obras en concreto, la comentan con sus mas o menos amplios conocimientos sobre el tema y se van reuniendo en pequeños grupitos, además de por supuesto saludar al principal protagonista del asunto, el pintor, al que se felicita convenientemente, se le desea suerte y dependiendo del grado de intimidad se entabla una conversación mas o menos amena.
Entre tanto un organizador afín al anfitrión se encarga de ofrecer un vino a los que van llegando y crear un buen ambiente.
Hasta que sucede lo inevitable, y es que, como no, también se produce el encuentro con ese ser indeseable que mantiene un punto de afinidad con el protagonista del evento y posiblemente con alguno mas de los allí presentes, por muy inexplicable que a ti te resulte, suele ser el clásico personaje al que yo denomino arpía. El por qué está allí y goza del aparente respeto y cordialidad de los demás es algo que seguramente pertenece al ámbito de otro tipo de intereses que el meramente personal.
Para mi era una experiencia prácticamente inédita porque tengo por costumbre evitar este tipo de “micro-mundos” con denominación de origen y no tenía muy claro a lo que me exponía.
En fin, parece ser que en esta clase de eventos los invitados se pasean por la galería, echan una mirada mas o menos experta a los cuadros allí expuestos, se embelesan mas o menos ante alguna de las obras en concreto, la comentan con sus mas o menos amplios conocimientos sobre el tema y se van reuniendo en pequeños grupitos, además de por supuesto saludar al principal protagonista del asunto, el pintor, al que se felicita convenientemente, se le desea suerte y dependiendo del grado de intimidad se entabla una conversación mas o menos amena.
Entre tanto un organizador afín al anfitrión se encarga de ofrecer un vino a los que van llegando y crear un buen ambiente.
Hasta que sucede lo inevitable, y es que, como no, también se produce el encuentro con ese ser indeseable que mantiene un punto de afinidad con el protagonista del evento y posiblemente con alguno mas de los allí presentes, por muy inexplicable que a ti te resulte, suele ser el clásico personaje al que yo denomino arpía. El por qué está allí y goza del aparente respeto y cordialidad de los demás es algo que seguramente pertenece al ámbito de otro tipo de intereses que el meramente personal.
En realidad, este tipo de intereses suelen darse con frecuencia en este tipo de gremios, y creo que no es algo novedoso para nadie, el clásico trepa, el que lo dejo hace tiempo y espera a que se la chupen, el que tiene la “pasta”, el que tiene prestigio, el que conoce al concejal de…y otros tantos. No siempre es así, por supuesto, pero en esta ocasión tocó. Este es el tipo de personal que siendo imprescindible por causas obvias resulta tan molesto, porque indudablemente va a dedicarse a derrochar sus ardides y artimañas personales con las que se ha labrado su posición en el mundo y de eso sabe “cantidubi”, con todos aquellos que ella/el considera que tiene motivos justificados, e incluso sin ellos, en su cruzada particular: haciendo un desplante a uno, ignorando al de mas allá, creando confusión entre aquella parejita, poniendo en su sitio a todo aquel que ose restarle su minuto, demasiado largo de gloria… todo ello dosificado en un goteo constante, alternado con dosis de derroche de encanto personal y otras denominadas habilidades sociales. Frente a este tipo de aguafiestas, podemos encontrar varios tipos de reacciones, todas ellas altamente justificadas: están los que evitan o ignoran, los que no se dan por enterados, los que realmente no se enteran y además no se querían enterar…pero lo cierto es que al final ha dejado un poso incómodo y desagradable que se hace notar…y lo que podía haber sido un hecho meramente creativo y agradable se transforma en un acto donde cunde el snobismo y la vulgaridad. Por suerte también sucede que en ese intervalo de sucesos, dos miradas cómplices se cruzan, el mensaje silencioso es claro, los dos estamos sufriendo ese atentado al mal gusto; a partir de ahí, comienza un dialogo, se inicia una relación.
Que bien, que fenomenal: algo bueno ha surgido de de todo esto.
Que bien, que fenomenal: algo bueno ha surgido de de todo esto.
2 comentarios:
Si, si, desde luego donde se ofrece un vino se suele crear buen ambiente, y si se ofrecen dos ¡mejor!
En serio Scout, Bueniiisiiimo!
Dejate de blogs y escribe para un dominical;)
Gracias Jem. no dudaré en brindar por ti con la próxima botella que abran ante mi.
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